Tae- kwon-do

Fui invitada a una presentación de tae-kwon-do de mi primo. Llegué tarde: nos perdimos un poco, pero arribamos. Era de mañana, por lo cual se sentía la humedad que caracteriza a Lima en mi nariz. Mi tía estaba afuera de la academia esperándonos.

Tuve la suerte de verlo sentado, pegado a la pared con sus amigos en fila, esperando a que le toque dar examen. Jugaba con sus amigos en silencio. Parecía que se entendieran solo entre ellos. Los mandaban a callar cada 5 minutos, puesto que subían la voz sin querer. Son niños.

Era su turno de dar el examen teórico con tres niños más. Tomaron la forma de un cuadrado, uno en cada esquina. Se presentaban como animalitos esperando la orden, en un idioma que desconozco, de su gordo amo sentado delante de ellos. El profesor expulsaba una palabra extraña y los engendros ejercían una pose. Hasta me pareció tierno como los cuatro niños se veían entre ellos para estar seguros de hacerlo bien. Álvaro no respondió a ninguna de las preguntas. Creo que estaba nervioso, o quizá muy poco nervioso.

Llegó el momento de pelear. Los más chiquitos jugaban mientras tomaban el examen; para los más grandes parecía ser importante. Comenzaban los pequeños, los cuales casi sin tocarse con los brazos que se movían sin sentido se lanzaban nimios golpes que desequilibraban al oponente. De vez en cuando despedían una patada que no llegaba a tocar al otro. El más grande siempre se llevaba la victoria. Poco a poco los duelos se ponían más intensos.

Eran dos gorditos, un poco más grandes que Álvaro, mi primo, los cuales peleaban mientras hacían sonidos obligados. La batalla empezó, se dieron las manos y ese saludo ridículo que tienen. El más pequeño, demostrando su valentía, lanza la primera patada; su adversario la recibe con la mano para que no lo golpee mientras expulsa otra para herir a su enemigo. Llego a ver la cara de uno de los dos. Una carita llena de juegos, boberías y sueños, mutaba a otra completamente diferente. Podía percibir como se transformaba a una expresión de rivalidad, competencia… casi de odio. Me pregunté si un niño puede odiar. Me pregunté si yo podía verdaderamente odiar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

libertad de expresión